ViDa

Hoy tuve la alegría de tener entre mis brazos a una niña recién nacida. Cinco días tenía en el mundo, fuera de su madre esa preciosa criatura; sus padres adoptivos le pondrán “Victoria Daniela”, es decir “ViDa”. Han esperado con ansia el momento y por fin hoy por la tarde les fue entregada. Los primeros cinco días fuera del seno materno corrieron a cargo de una generosa familia con cinco hijos. Cuando miraba a la niña de diez años que cargaba y atendía a la bebé, a la abuela de la familia que se inventaba un pretexto para aparecerse y bañar a la niña, aprovechando al máximo los momentos que restaban a cargo de la criatura, multitud de pensamientos se agolpaban y confundían en mi mente: ¡qué bella es la familia!, ¡qué hermosa es la vida! -en ambos sentidos-… y ¡qué oscuridad la de aquellos que ciegamente se oponen a ella!, un auténtico eclipse, más aún, una noche de la razón, de humanidad.

Al ver a esa niña o a esa abuela con la bebé prestada en los brazos, me preguntaba: ¿quién se atreverá a afirmar que la vida es una carga, un castigo? Al imaginarme la ilusión de la pareja adoptante, que unen al gozo de contar con un hijo, que acaso la naturaleza les ha negado, el saber que han salvado de la muerte y han ofrecido una vida digna a tan bella criatura, pensaba: ¡vale la pena luchar por la vida!

Soy consciente de que no todos piensan así, vivimos en una sociedad pluralista, caben todas las posiciones, todas se deben respetar -quisiera que por lo menos los que no piensan como yo respetaran la mía-, pero al ver a Victoria Daniela no podía evitar cuestionarme: ¿es esto bueno o malo?, ¿es bueno que algunos sostengan que no debería haber vivido?, ¿que probablemente se hizo presión a la madre que originalmente deseaba abortar?, ¿que el valor absoluto es la libertad y, por lo tanto, lo que decida la madre debe respetarse y nadie debería objetar nada?

O que se trataba de una compra que hacen familias ricas de niños pobres; mejor sería impedirle vivir a los pobres, es decir, negarles la posibilidad de vivir como ricos, y otras tantas falacias propias del resentimiento social. Al sentir su calor en mis brazos, al ver sus ojitos abrirse y cerrarse, su boquita bostezar, y la ilusión con la que era cuidada por la familia intermediaria, no podía dejar de pensar que todo eso eran discusiones bizantinas, juegos del lenguaje, agudezas, pero no la simple, llana, y sencilla realidad.

Alguien -seguramente pesimista- podría objetar que mi cuadro responde a la historia con final feliz, pero que no todas las historias son así; también hay historias de terror. Alguien podría presentar otro escenario: mujeres metiéndose ganchos en condiciones antihigiénicas y desangrándose inútilmente, muriendo en el acto mismo de asesinar a sus hijos, ¿puede imaginarse algo más dantesco?

Mujeres violentadas, condenadas a vivir con oprobio, obligadas a cargar físicamente durante nueve meses, con recuerdos traumáticos que quisieran olvidar; familias que ven mellado su buen nombre, etc. En ese caso el inhumano, machista, opresor de la mujer, sería yo. Pero, ¿no es Victoria Daniela una mujer?, ¿no podrá llegar tal vez, el día de mañana, a ser una gran mujer?

Noche de la razón que equivale a pobreza de ingenio, a ceguera ideológica que hace violencia a la realidad. Es verdad, caben las dos posibilidades, pero, ¿no tenemos, sea por dádiva divina o como producto de la evolución, la luz de la razón? ¿No podemos intentar ofrecer mejores soluciones?, las más humanas, las más acordes con la dignidad de la persona.

¿Por qué ofrecer la tentación -facilitarla- de acabar con todo y por la vía más rápida, más cómoda, más irreflexiva? ¿Es el aborto una manera humana de solucionar los problemas? ¿No se merece esa incipiente vida, que quiéranlo o no llevan adentro, otra posibilidad, buscar otra solución? Y, sobre todo, ¿quiénes somos nosotros para decidir quién debe vivir y quién no?, ¿se debe respetar al hombre sólo si está en los planes de sus padres?

La realidad humana es compleja, nadie lo niega; lo que me cuestiono es la racionalidad de cortar por lo sano y cauterizar la conciencia diciendo que es algo “legal”, lo que a la postre confunde y deforma al colectivo social.

La falacia de que “nadie las obliga a hacerlo” pone la decisión de quién debe vivir y quién no en personas que, o han demostrado su inmadurez, o están sufriendo un fuerte shock emocional y, en muchas ocasiones, son menores de edad. ¿Cabe mayor absurdo?

La solución de la “historia feliz” es creativa al tiempo que laboriosa, muestra un profundo compromiso social y una solidaridad que no se queda en teoría, sino que se encarna en Victoria Daniela.

Además, como el problema es más profundo, no se limitan a ayudar a parir: se da educación a las madres, se les ofrece albergue donde pueden, si lo desean, permanecer sin que nadie las vea embarazadas; se les da atención psicológica, etc. Es decir, se utiliza la razón.

Muchas gracias, Mario.

Mujer, madre, compañera, amiga, …

¿Quién no ha pensado alguna vez?: «¡vaya mierda de ser mujer! no tiene ningún beneficio porque todo son complicaciones: hormonas que te alteran mensualmente tu estado de ánimo, depilación constante, periodo menstrual, extrema sensibilidad, instinto maternal, críticas constantes de los hombres y también de las mujeres, demasiadas exigencias, responsabilidades, ser buena hija, la mejor pareja, la más madre… una de las cosas buenas que tiene es la posibilidad de ser madre, y si encima no puedes y no tienes hijos…
Es difícil disfrutar de ser mujer hoy en día, porque una tiene que ser demasiadas cosas que van en contra de nuestra propia naturaleza: dura, rígida, sin mostrar demasiados sentimientos, ser independiente, competitiva, ambiciosa, y hacer otras tantas que no están en consonancia con nuestro ser, pelear, separar, destruir, afrontar los problemas sin dejarte afectar … En fin, un mundo hecho para “anti-personas”, bastante difícil de vivir por una mujer, que su condición femenina se superpone y que lucha por no ser anulada.

Pero a pesar de todo, estoy convencida que SER mujer es uno de los mayores privilegios que una persona puede vivir. Ser mujer, sentir como mujer. Ser sensible a todo lo que ocurre a tu alrededor, sentir cada detalle, cada instante como algo parte de ti. Escuchar a tu cuerpo dialogando con tu mente, que le hace cambiar en cada día del mes. La influencia de la luna, de la noche y el día, del viento, la humedad, el frío y el calor… La capacidad de cuidar y de escuchar innata que nos permite crear grupo, familia y comunidad. La intuición ante el peligro o situaciones que no van a resolverse bien. Nuestro olfato y oído atentos al descuido. Tener el instinto femenino para saber tomar decisiones acertadas.
Ser mujer es ser «la reina» de la casa, la que organiza, controla, cuida, escucha, atiende, intuye, espera, apoya, sostiene… y a la vez es ser «la princesa», la que necesita que la cuiden, que le presten atención, que la escuchen, que le respeten, que le dejen llorar, que ríe, baila, canta y la que es capaz de expresar sus sentimientos de forma creativa.

Las mujeres hoy, tenemos mucha presión para dejar de serlo y convertirnos en personas sin género, sin sexo, sin identidad. Esta presión es tanto por parte de los hombres como por parte de las mujeres. Por ello, hoy, día dedicado a la mujer, es importante que aquellas que lo somos nos sintamos orgullosas de serlo, de aceptarnos tal y como somos y de disfrutar de esta especial identidad que la vida nos ha procurado. Cuando estoy perdida y no sé quien soy, pienso: soy MUJER.

Para Carolina, con cariño.

Gracias, Pilar

Cuando los hijos se van

«La mujer está en la política, en la ciencia, en la comunicación, pero su esencia de mujer no la ha de perder así como tampoco su ternura, su sensibilidad y el percibir las cosas de manera diferente al hombre. Esto tiene relación con el hecho de cómo sentimos las madres cuando los hijos se van. Los padres lo asumen de distinta manera y las horas fuera del hogar los distraen y los confortan.

Las mujeres cuando nos convertimos en madres, pasamos por etapas diferentes: la espera, los hijos pequeños, los hijos en la adolescencia, los hijos jóvenes y cuando los hijos se van. Suena esto a título de película, pero esto es lo que en estos momentos nos ocupa y atañe. Cuando los hijos se van.

Los hijos se van por diferentes motivos. Porque se casan, por el trabajo, por lo estudios, en fin, por el motivo que sea, pero llega un tiempo en que se van. Parece que aún oímos las risas, las conversaciones, las discusiones, el teclear de la máquina de escribir o de la computadora ya muy entrada la noche para entregar un trabajo al día siguiente en la Universidad. Un suéter, un zapato, varios cuadernos dejados en el sitio más inverosímil de la casa… Sus habitaciones no con el orden que hubiésemos deseado y que siempre pedimos inútilmente, el retrato del novio o de la novia… Calor y color por todas partes, ruido, música, VIDA.

La casa tuvo las habitaciones destinadas a ellos y se fueron transformando con el paso de los años. Cuartos infantiles primero: muñecos de peluche en las repisas y en el suelo, un elefante, una avestruz, una pelota, un barco, un osito, una muñeca, un avión. Después… fotografías, póster, banderines del equipo favorito, libros, revistas, etcétera. Movimiento de entradas y salidas, llamadas telefónicas de larguísimas conversaciones… En los fines de semana el vestido de noche sobre una silla y el silencio de un profundo sueño juvenil en las mañanas de los domingos.

Esos cuartos ahora están vacíos. Muy en orden, con el orden que tantas veces predicamos y que ahora nos duele. Quietos, callados. Entramos en ellos con pasos quedos, quién sabe por qué y recorremos con la vista las camas con sus colchas impecables, todos los rincones… todo está en orden, todo está bien. Levantaron el vuelo. Se fueron del nido. Se fueron del nido que los cobijó por años. Nosotros, sus padres, los enseñamos a volar y se fueron.

Van a volver pero nada será igual. Regresarán hombres y mujeres forjados en el diario vivir. Con sus vidas propias y manejadas a su manera. Están comenzando la más seria y profunda experiencia, igual que nosotros lo hicimos.

Tenemos que retirarnos de la presencia activa en sus vidas y pasar a ser la parte contemplativa de sus existencias y sus proyectos. Se han ido con un equipaje, lleno de todo aquello que con amor les fuimos transmitiendo, en su corazón y en su mente. Muchas de «esas cosas» estarán dormidas hasta que ellos sean padres… Llevan como escudo, para todos los infortunios que la vida les depare, su fe en Dios y su amor a Él. Los forjamos en el deber y en el afán de la excelencia para emprender toda clase de experiencias y sabrán dar amor porque amor les dimos.

En el abrazo se llevan nuestro corazón, pero después abrimos los brazos y los vemos partir…para que la VIDA los reciba.

Los recuerdos son de otros tiempos. La nostalgia es el presente de los cuartos vacíos.»

Gracias Esther